No era real. Lo había oído toda su vida. Se lo estaba imaginando.
No era real que su madre llorase y bebiese botellas prohibidas cuando pensaba que nadie la veía. No eran reales los gritos que salían del cuarto de sus padres. No era real que en el colegio todo el mundo se metiese con ella. No era real que la profesora siempre le diese la razón a otros. No era real que varios chicos de clase la hubiesen perseguido por la calle. No era real que en el metro alguien le tocase el culo.
Nada de eso era real. Lo sabía porque se lo habían dicho muchas veces mientras crecía.Lo tenía bien asumido, sólo porque ella lo viese, oyese o notase de algún modo no quería decir que fuese real. Estaba loca, no era capaz de distinguir sus fantasías del mundo real.
Cuando su vecina llamó llorando a la puerta, le abrió y le preguntó qué pasaba. La vecina le pidió ayuda, le pidió que la escondiese, lo que fuese. La hizo pasar y le preparó una infusión con miel. Luego le explicó que estaba exagerando, que las cosas no eran tan terribles como ella decía. Le dijo que se calmase, que respirase hondo, y que volviese a su casa. La vecina le pidió quedarse allí, podía dormir en el sofá. Le explicó que su marido la iba a echar mucho de menos, que sólo le hacía eso porque la quería. Debería alegrarse de que alguien la quiera. La vecina quiso llamar a la policía. Ésta no hizo nada, porque claro, nada de aquello era realmente real. Eran todo exageraciones e inventos.
Todo esto le pasaba por la cabeza mientras asistía al funeral de su vecina. Quizás, en realidad, no era todo tan ficticio. Quizás no estuviese tan loca como siempre había creído.
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