Escribí este relato en un par de tardes para el concurso de relatos de Last Bullet Games, para su juego Círculo de Sangre. Las condiciones eran relativamente abiertas: el relato tenía que tener menos de 700 palabras, y estar ambientado dentro de la ciudad de Gormalak, lugar donde transcurre el juego. Debo admitir que es la primera vez que presento un relato a un concurso, que es la primera vez que escribo algo con condiciones (y, particularmente en lo que concierne a la ambientación, condiciones que conozco mal), y de hecho que es la primera vez que escribo un relato de ficción. Obviamente no he ganado; tampoco lo esperaba. Sin embargo, me lo he pasado muy bien, así que he cumplido mis objetivos. Ahora os dejo con el cuento.
Yo sólo tenía hambre
Cuando me acerqué a aquella elfa en el bazar, lo único en lo que pensaba era en sacar unas monedas para un trozo de pan y un plato de verduras cocidas. Aún no había decidido siquiera entre mendigar o robar cuando ella ya me había localizado. Sentí su mirada antes de oír su voz: «Vaya, te ha costado llegar. Aquí tienes la dirección del objetivo y algunas centellas para los gastos. Entrega el cáliz el próximo día de la Llama a mediodía en el templo y recibirás el resto.» Hablaba amaranto, pero con un acento que me pareció Alderai.
Para cuando pude reaccionar ya había desaparecido. Miré en el sobre, un papel con una dirección en el Jardín Enano y diez centellas. No entendía nada, pero al menos podría comer algo. Nunca había tenido que trabajar tan poco por tanto dinero.
Un rato después, mientras digería el estofado de garbanzos y pollo, empezaron a entrarme dudas. ¿Y si la elfa ponía precio a mi cabeza por no cumplir ese extraño trato? Igual debería ir a mirar en la dirección de la nota. Sólo mirar, nada de meterme en líos, ir hasta allí, echar un vistazo, y si veía el cáliz genial y si no, me iba sin más.
Así que, una hora más tarde, me acerqué al Jardín Enano. Este barrio siempre me ha producido escalofríos, con su antinatural vegetación y sus extraños cantos de pájaros y sus edificios semi derruidos. Reuní todo mi valor y me adentré en ese laberinto de roca y planta.
Me costó un rato encontrar la dirección, pero al fin logré dar con esa vieja torre de piedra gris verdosa, extrañamente intacta entre las ruinas que la rodeaban. Decoraban su fachada lo que al principio tomé por gárgolas, pero eran sólo estatuas grotescas. La puerta, de madera oscura y tachonada, estaba entreabierta. Aquello daba mala espina, pero había llegado hasta allí, así que decidí seguir un poco más.
El interior de la torre estaba lleno de polvo y excrementos animales. Quedaban algunos muebles y alfombras raídas, la mayor parte en un estado un tanto cochambroso. Me hallaba en una sala amplia, con unas escaleras ante mí, puertas cerradas a ambos lados y al fondo. Entraba algo de luz por un ventanal sucio.
Sin saber muy bien por qué, decidí empezar por la escalera. Sí, racionalmente era la peor opción, pero eso es lo que hice. En la planta superior, que no era el final de la escalera, pude ver más puertas, una de las cuales estaba entreabierta. Me colé dentro – ya he dicho que no me encontraba en un estado muy racional – y vi que me hallaba en lo que parecía ser un despacho antiguo, con una gran mesa de madera y varias vitrinas y estanterías. Curiosamente, esta habitación estaba libre de polvo, como si alguien la hubiese limpiado recientemente. Me llamó la atención un brillo desde una vitrina. Allí estaba, un cáliz de plata con incrustaciones de piedras más bien feas, sobre un trapo rojo. Lo agarré y me lo metí entre las ropas, y aproveché para llevarme el paño, que tenía buena pinta.
Cuando salí del despacho, empecé a escuchar extraños cánticos que surgían de más abajo. Obviamente, era el momento de largarme, así que bajé las escaleras y, mientras me gritaba internamente que saliese de allí, me dirigí a la puerta del fondo en vez de a la de salida. Tras ella encontré unas escaleras que bajaban hacia un sótano oscuro del que provenían los cánticos. Apenas había bajado una docena de peldaños – ¿pero yo no me iba? – cuando la puerta se cerró a mis espaldas. Perdí el equilibrio y caí rodando. Cuando volví a abrir los ojos, tenía las manos atadas con un paño rojo y yacía sobre un altar de piedra, con un montón de gente extrañamente vestida con túnicas a mi alrededor. Sobre mí, la elfa del bazar agarraba una daga en una mano y el cáliz en la otra mientras susurraba palabras incomprensibles.