Desde hace un tiempo tengo un trato con una amiga, acordamos al principio de cada quincena un tema aleatorio y cada uno escribe un relato en los quince días siguientes, que luego intercambiamos. Este es el primero que he escrito que me ha medio-satisfecho, y como hacía tiempo que no colgaba nada aquí, he decidido compartirlo.
Casi no sobrevivimos a este invierno. Hemos tenido suerte, mucha gente no lo ha logrado. Las cosechas del año pasado habían sido ya escasas, y las fuertes nevadas nos han aislado muchos días. Menos mal que teníamos bastante leña. Dicen los sacerdotes de Pamukel que esto ha sido un aviso de que debemos ser mejores en nuestro culto. Afirman que deberíamos construir un templo más grande.
Es primavera. Me toca volver al trabajo. Soy leñadora en el bosque azul, río arriba. Solemos organizar un campamento allí durante unos cuantos meses. Cortamos una cantidad determinada de árboles, nunca más de un cuarto de los que hay. Normalmente, talamos menos, porque tampoco necesitamos tanto. Es nuestra forma de intentar asegurarnos de que haya de nuevo madera el año siguiente.
Este año, tendremos que cortar todo lo que podamos. Un templo requiere mucho material. Es trabajo duro, cuatro leñadores veteranes y media docena de aprendices, de los cuales con suerte quedaran un par al final de la temporada. Acumulamos los troncos en pirámides junto al río. Cuanto tengamos suficientes, los bajaremos flotando directamente por el agua, haciendo grandes balsas.
Una vez al mes, nos suben provisiones desde el pueblo. Solemos montar fiesta ese día, nos zampamos todo lo que haya sobrado del mes anterior, cantamos y dormimos poco. De paso, nos suelen traer noticias del pueblo: emparejamientos, muertes y nacimientos y cosas así. Esta vez, las noticias han sido malas. Ha habido riada. No ha muerto nadie pero el susto ha sido grande. Los sacerdotes han aumentado la presión para construir el templo. Ha surgido una grupo de gente que dice que vale, que lo del templo muy bien, pero igual habría que hacer algo más práctico también. A ver en qué quedan las cosas.
Ha llegado el momento. Hemos cortado varios cientos de troncos. Ahora, toca echarlos al agua. Hacemos varias tandas, porque si no podríamos bloquear el río y el lío sería mayúsculo. Unimos cada diez troncos con cuerda gruesa y por cada diez balsas de esas, sube une de nos para controlar un poco el asunto. A mi me toca en el penúltimo grupo. Ayudo a mi compañero a dejarlo todo preparado y subo a mi balsa con una pértiga larga.
El principio es siempre un poco intenso, pero no es mi primera vez y mantengo la calma. Una vez que estamos circulando saco un trozo de queso y unas galletas secas y me siento a desayunar. La brisa me revuelve el pelo mientras el paisaje pasa a mi alrededor. Esto es lo mejor de mi trabajo, me encanta la sensación de calma mientras flotamos río abajo.
No sé a quién se le ha ocurrido que era buena idea montar un embalse tras un recodo del río. Entiendo que lo hicieron para evitar nuevas riadas, pero de algún modo parece que se les olvidó que necesitamos esta corriente para poder bajar la madera desde el bosque hasta el pueblo. El susto que me he dado al encontrarme cientos de balsas ahí bloqueando todo el ancho del río ha sido gordo, pero lo gestiono.
Voy de balsa en balsa hasta la orilla, donde mis compañeres han montado un pequeño campamento. Parece que una de las voluntarias cayó al agua en el barullo y fue golpeada en la cabeza por un tronco. Está un poco magullada, pero ya ha recuperado el conocimiento y se está secando junto al fuego. Han mandado un mensajero al pueblo para ver qué demonios hacemos. Mientras tanto, esperamos.
Esta noche, a cubierto de la oscuridad, ha subido un grupo de sacerdotes hasta el embalse y lo han saboteado. Hemos pillado a uno cuando intentaba escabullirse, porque nos ha despertado el escándalo del agua y los troncos agolpándose junto a la brecha que han hecho, agrandándola y tirando todo el embalse abajo.
Parece que vamos a tener que terminar el descenso andando. Nuestras balsas de troncos se han ido todas sin nos. Espero que en el pueblo estén preparades para recogerlas, porque si no vamos a tener un problema importante. Llevamos al sacerdote arrestado, pero no atado. No queremos blasfemar contra Pamukel faltando al respeto a uno de sus representantes en la tierra. Aún así, no le quitamos el ojo de encima.
Ya no hay pueblo. Estamos en la última colina antes de llegar, y desde aquí arriba vemos el panorama totalmente desalentades. La riada unida a los troncos se ha llevado por delante la mayor parte de las casas. Al menos, tenemos la madera ahí mismo, los restos de las balsas se han quedado trabados entre las ruinas de los edificios. Es un desastre evitado a costa de un desastre mucho mayor. Esto no nos lo esperábamos, la verdad.
Hemos encontrado a los supervivientes. Un centenar de personas que por un motivo u otro no han sido arrastradas por el agua y se han reunido en la Campa del Gallo, a unos cientos de metros de la orilla del río. Se han organizado en grupos, han hecho hogueras, han organizado una especie de clínica de campaña y una cocina comunal. Nos han recibido con abrazos y lágrimas y nos hemos puesto a ayudar inmediatamente. Ni siquiera nos hemos dado cuenta de que nuestro sacerdote arrestado se había escabullido.
Hoy, hemos amanecido con cansancio y determinación. Mientras ayudo a buscar y transportar cosas útiles de las ruinas del pueblo, veo que los sacerdotes, que “milagrosamente” han sobrevivido todos, han montado un pequeño púlpito en un costado del campamento. Están preparando una ceremonia, nos informan de que la harán a media mañana. Seguimos clasificando comida y herramientas. También hemos tenido que enterrar varios cuerpos. Se hace duro ver tanta gente desaparecer, gente que hemos conocido toda nuestra vida.
Ha empezado la ceremonia con un recordatorio por les fallecides seguido de un agradecimiento a Pamukel por haber sobrevivido. Poco a poco, los sacerdotes han ido subiendo el tono. Dicen que esta nueva catástrofe es la prueba de que Pamukel está enfadade con nos. No hemos prestado suficiente atención a sus ofrendas, a su hogar, hemos desatendido sus órdenes. Dicen que debemos recomenzar la reconstrucción delpueblo empezando por un templo enorme, aún más grande de lo que planeábamos a principios de primavera.
Este va a ser el templo más glorioso que recuerda nadie. Hemos dedicado el verano entero a construirlo. Es más grande que diez casas juntas. Las maderas tienen bajorrelieves hechos por nuestra mejor artista, las ventanas cubiertas con telas finas, pintadas y aceitadas. Es alto y espacioso, cabemos todos los del pueblo y no ocupamos ni la mitad. El altar es redondo, de piedra tallada, está justo en el centro de la sala. Es absolutamente increíble. Pamukel estará contento. Los sacerdotes, por lo menos, lo parecen.
El único problema es que la comida empieza a escasear. La cosecha va a ser pobre porque no hemos podido dedicarle casi tempo mientras construíamos. Estamos organizando grupos de caza y recolección a ver lo que logramos reunir. También hemos empezado a reconstruir casas, ahora que Pamukel ya tiene la suya.
El invierno llegó pronto, y ha sido muy largo. Las provisiones se agotaron. No teníamos suficientes casas y muches han muerto de frío. Hemos tenido que comernos a los sacerdotes.
Por algún motivo, presiento que este año será mejor