Alzó la vista al cielo. Estaba oscuro, cubierto de gruesas nubes. El viento soplaba fuerte. Se avecinaba tormenta. Suspiró y apretó el paso. Quería llegar a su destino antes de que empezase a llover, pero aún le quedaba más de una legua.

Mientras andaba, pensaba en el motivo de su viaje. Hacía al menos veinte años que no sabía nada de su familia, así que se sorprendió mucho al encontrar una carta de su madre hace unos días en su taller. No era una carta muy larga, y estaba escrita con letra insegura, algo temblorosa. La informaba de que su padre había muerto hacía unos años, le contaba que sus hermanos vivían aún en el pueblo, tenían familias, ese tipo de cosas que se cuentan en las cartas. Le sorprendió recibir de pronto noticias que resumían todos aquellos años después de tanto silencio. El final de la carta dejaba caer, casi de pasada, que su madre se estaba muriendo y que le gustaría verla por última vez. Cerró el taller y emprendió el viaje esa misma noche, casi antes de ser consciente de haber tomado la decisión.

Recordó cuando se marchó del pueblo. Estaba harta de las ambiciones matrimoniales, del trabajo del campo, de las palizas paternas. Le aterrorizaba quedarse atrapada allí, sin poder rozar nada de lo que soñaba. No sabía lo que podía esperarle fuera, pero sí sabía con certeza lo que sería su vida si se quedaba. Al final, la decisión fue fácil. Aún así, no le contó a nadie sus planes. Se marchó una noche, intentando ser lo más silenciosa que podía. En la puerta, estaba su madre con una bolsa con provisiones. Tan sólo la abrazó y le dijo — Ojalá encuentres lo que buscas.

Apretó los dientes. Pensar en su madre la devolvía al estado de ánimo que tenía antes irse del pueblo. En aquellos tiempos no se le había ocurrido, pero tras marcharse empezó a sospechar que su madre también se había sentido como ella, atrapada en una vida que no le correspondía, pero que no logró escapar a tiempo. Quizás en sus tiempos tampoco habría podido lograrlo. A ella le había costado mucho llegar a donde estaba. Sí, su pequeño taller funcionaba bien, y tenía su grupo de gente que la aceptaba tal y como era, pero llegar hasta ese punto había tomado mucho esfuerzo, mucho tiempo y mucho dolor.

Empezó a tronar. La tormenta estaba a punto de estallarle encima y aún le quedaba media legua larga. Se envolvió mejor en su capa de viaje. En el fondo, sí sabía por qué había emprendido el camino. Quería ver a su madre cara a cara y decirle que lo había logrado. Que sí era posible otra vida. Sospechaba que ya lo sabía. Al fin y al cabo la carta la había encontrado, alguien tuvo que decirle a su madre dónde estaba. También podría haberle respondido por escrito, simplemente. Pero no era lo mismo. Quería poder hablarle, abrazarla, decirle que lo sentía, pero que había valido la pena. Quería transmitirle sus sentimientos.

Cuando cayeron las primeras gotas, echó a correr. Tenía el presentimiento de que le quedaba poco tiempo. Las luces del pueblo ya se veían en la penumbra. La capa aleteaba a su espalda, la capucha echada hacía atrás. El petate le golpeaba los riñones a cada paso. Casi se patinó sobre el empedrado de la plaza al llegar al centro del pueblo, pero recuperó el equilibrio antes de caer. Llegó a la casa donde había crecido y empujó la puerta sin llamar. Estaba abierta.

Dentro, su madre estaba sentada en la butaca de madera, junto a la chimenea. Tenía una taza humeante en la mano. Sonrió al verla entrar. Había llegado a tiempo.

Image by Keli Black from Pixabay