He vivido toda mi vida bajo la sombra de la Profecía. Si no sabéis de lo que hablo, permitidme me alegre por vosotros y a continuación os lo explique.
Nací en una familia de Librarios. De hecho, en una de las familias más importantes de Librarios, que presume de descender matrilinealmente del Profeta. Eso me convierte en la última descendiente hembra del Profeta, lo cual, según la doctrina libraria, implica que la Profecía tiene muchas posibilidades de afectarme. Sobre todo si no tengo hijas.
Quiero dejar claro que no creo en profecías. Soy una hereje. Cuando el Profeta escribió su estúpido libro de profecías, no tenía ni idea de la que iba a liar. Lo cual demuestra que no era tan buen profeta después de todo. De todos modos, ya sabéis que según los Biblieros todas las profecías se han ya cumplido y vivimos tras el Fin de los Tiempos. La secta Libraria dice que una profecía aún no se ha cumplido. La Profecía escondida entre los versos de las demás. Por eso aún no ha llegado el Fin de los Tiempos, lo cual es obvio porque aún seguimos aquí – ahí les concedo un punto a los Librarios frente a los Biblieros.
Lo curioso de la Profecía es que hay un montón de hipótesis de lo que dice pero pocas certezas. Se sabe que empieza por las palabras "Sangre de mi sangre, hierve la copa del hambre". Por eso se aplica a las descendientes, porque los hombres no comparten sangre, sólo semen. A mi no me miréis, yo no creo en todo esto, sólo os digo lo que cuentan. En cualquier caso, hay al menos tres opciones para el verso siguiente, y así sucesivamente hasta completar los diez que debe tener – como todas las profecías del libro.
El auténtico problema es que da igual que crea o no crea en esa maldita Profecía, ha condicionado toda mi vida. Como nadie sabe realmente lo que dice, nadie está segura nunca de si se cumple o no; pero mientras siga sin llegar el Fin de los Tiempos, es que tenemos margen. Por tanto, y para dar opción a que no se cumpla, tengo que tener hijas. Toda mi puñetera vida sobreprotegida para que no me pasara nada antes de tiempo, tragando doctrina e hipótesis religiosas para ser una buena libraria, y conociendo potenciales sementales.
Cuando cumplí doce años me fugué de casa. Me encontraron dos dias después, tras una batida nacional, escondida en un pajar a menos de dos kilómetros de mi punto de partida. Cuando cumplí quince, intenté suicidarme. Me quitaron todo lo que podría usar para hacerme daño y me encerraron en una habitación vacía. Cuando tuve dieciseis, me casaron con un imbécil muy beato y pude volver a ver el sol.
No llegó a poder tocarme. No había pasado más de una hora desde la boda cuando yo estaba robando la motocicleta del sacerdote y largándome de allí. Desde entonces he cambiado veinte veces de identidad, he vivido en tres docenas de países, y ni cuento el número de cambios de aspecto por los que he pasado. Ha sido una vida rara, dura, pero aunque no me creáis, he logrado ser feliz. Paranóica, pero feliz.
Ahora tengo sesenta y siete, cáncer de páncreas, y ninguna hija. En menos de un mes, me habré muerto. La suerte está echada. Mi sangre termina aquí. Quizá los Tiempos también, ya me contaréis.