No pensaba estar tan cansada, pero en cierto momento estaba viendo la película y en otro caminaba por otro mundo.
Era un mercado extraño, lleno de gente extraña, casi humanos pero no del todo. De hecho, todo lo que la rodeaba era extraño, similar pero no idéntico a lo que ya conocía: las casas, los productos en venta, la ropa, hasta la forma de las nubes tenía algo indefinible pero distinto. La cuestión es que no habría sabido definir cual era la diferencia, pero podía sentirla, de algún modo.
Mientras miraba a su alrededor, intentando ubicarse, encontrar algún punto de referencia, le llamó la atención un puesto de juguetes infantiles. Se acercó unos pasos y notó una sensación de intranquilidad, como si la estubiesen observando. Entre las nieblas del sueño, todas las caras eran abstractas, así que no le costó encontrar los ojos que la vigilaban: se trataba de una sencilla muñeca de trapo, reclinada contra un vehículo de madera, mirando hacía el gentío. Respiró aliviada. Buscó a quien se ocupase de ese puesto, para preguntar por la muñeca, pero no había nadie.
De pronto, una explosión la despertó. Durante un par se segundos, mientras su corazón recuperaba su velocidad normal, sintió pánico; luego se dió cuenta de que se trataba de la película que ya había olvidado. Había estado soñando con algo, se sentía extraña, fuera de lugar. Lo único que recordaba era un muñeco de trapo que la miraba sin parpadear.
Al día, siguiente, después de trabajar, volvió a ir a casa de su difunta abuela a seguir clasificando el trastero. La cantidad de cajas llenas de basura y polvo que podía haber allí le resultaba increíble. Vajillas desportilladas y pasadas de moda, tarros de conserva de vidrio de mil formas y tamaños, una vieja jaula de pájaros, perchas, miles de fotos familiares -- quizá lo más interesante --, bolsas de ropa vieja, ... Llevaba una hora apuntando y catalogando cuando al abrir una nueva caja se quedó helada. Allí, echada encima de un disfraz de pinocho de talla muy pequeña, la miraba una muñeca de trapo muy familiar. Sintó en medio segundo todas las sensaciones de desubicación, extrañeza y surrealismo del sueño de anoche. Recogió la muñeca, cerró la puerta y se marchó a casa.
Se hizo una infusión de flores y se sentó en la cocina, con el muñeco de trapo en la mesa delante de ella. Intentó racionalizar las cosas: quizá había abierto la caja ayer y luego lo olvidó; quizá la muñeca no era igual a la de su sueño, pero por fallo mental el recuerdo había sido sustituído por la que tenía delante. Quizá, quizá, quizá. No tenía sentido seguir rompiéndose la cabeza. Seguro que era un fenómeno psicológico conocido. Ya se enteraría luego mirando por internet.
Esa noche tuvo otro sueño muy extraño. No recordaba exáctamente lo que había sucedido, aunque tenía la sensación de que había sido algo relacionado con orcos medievales o algo parecido. La cuestión es que recordaba un niño con la muñeca de trapo en la mano. La misma muñeca.
Al abrir los ojos, lo primero que vió fue a la muñeca, en su mesilla, observándola. Le dió un manotazo y la mandó volando al otro lado de la habitación. Cuando la recogió una hora después, tras haberse duchado, vestido, haber desayunado y esas cosas que hace una por las mañanas, se dió cuenta de que se le había descosido un poco un ojo. Cosas que pasan, ya la arreglaría luego.
Tras otro día agotador, esa noche soñó con una niña alienígena que cosía cuidadosamente el ojo de una muñeca de trapo mientras hacía tiempo durante un viaje espacial. Obviamente un sueño inducido por el desarreglo del día anterior, salvo que por la mañana, el ojo estaba de nuevo cosido. ¿Quizá lo hubiese cosido la noche anterior medio zombi y lo hubiese olvidado? Le parecía raro, pero a veces el cerebro hace cosas muy raras.
Antes de acostarse, decidió hacer un pequeño experimento. Cogió un trozo de papel, escribió "¿Qué está pasando?", y lo unió con un imperdible a la falda del muñeco. Después de otro sueño muy raro, descubrió que el papel había sido sustituído por un trocito de tela con unas marcas indescifrables: ⊑⟒⌰⌰⍜, ⊑⍜⍙ ⏃⍀⟒ ⊬⍜⎍. Le sacó una foto y se fue a trabajar. A su regreso, la tela había sido sustituída por una hoja de árbol con un monigote dibujado con carbón encima. Sintió que se estaba volviendo loca, pero confirmó que por la mañana había otra nota mirando las fotos de su móvil. Hizo una nueva foto y una nueva infusión y se sentó a reflexionar.
Alguien -- varios alguienes -- estaba interactuando con el muñeco de trapo mientras ella no miraba. Encima, si los mensajes eran indicador de algo, es que esos alguienes eran de culturas muy diversas. En ese momento, pensó en los extraños sueños que había estado teniendo. ¿Y si no eran sueños, sino visiones de la muñeca en otros mundos? Esto no tenia ninfún sentido, pero era la mejor explicación que se le ocurría, aparte de que hubiese perdido totalmente la cordura, cosa que prefería no pensar de momento. O que alguien se le estuviese colando en casa mientras no estaba o mientras dormía, algo que casi le parecía peor.
Vistos los problemas de comunicación aparentes, decidió ir a lo esencial, la comida, y esta noche metió un caramelo en una bolsita que cosió a la muñeca. Al día siguiente, en vez del caramelo, encontró un paquetito con algo de aspecto rojizo y un poco grasiento. Olía fuerte, pero probó un poquito. Picaba a rabiar. Gustos diferentes, se dijo, y dedicó el resto de sus energías mentales a pensar cual podría ser el próximo intercambio.
Ese día no se sintió muy bien. Le raspaba la garganta y notaba un cierto mareo. Nada grave, por supuesto. Una leve tos, ocasionalmente. Pero todo bien. Aprovechó al salir del trabajo para comprar una pequeña, casi minúscula grabadora, que una vez en casa metió en la bolsita cosida a la muñeca. Antes de dormir, la puso en modo grabación. Tuvo sueños bastante revueltos, casi febriles.
Al despertar, lo primero que hizo fue mirar el muñeco. La grabadora no estaba. Sintió una vaga decepción, pero un retortijón la distrajo de sus preocupaciones. Debía haberse contagiado de algo. Aún así, fue a trabajar.
A media mañana, la mandaron para casa. Había vomitado en los baños, tenía fiebre, y la garganta le ardía. Fue a urgencias, donde le recetaron un antipirético, un antibiótico, mucha agua y reposo absoluto. Se marchó a casa y se metió en la cama.
Soñó con llamas, dolor, violencia, guerra. Despertó con una fuerte sensación de ausencia. La muñeca no estaba en la mesilla. En su lugar, sólo había un montoncito de cenizas. La fiebre le difuminaba la realidad. Se hizo un té negro, fuerte, con limón y mucha miel. Se sentó a ver la televisión, o más bien a mirar sin ver. Se volvió a la cama.
Despertó dos días después. Se sentía mejor, la mente algo menos brumosa y un hambre devoradora. Miró el reloj: eran las dos y media del mediodía. Se levantó y se preparó un enorme plato de pasta. Puso la televisión. Empezaba el informativo. Hablaban de una extraña pandemia que se había extendido como la pólvora por todo el continente. Estaba muriendo gente por todas partes. Hablaban de cerrar fronteras, de confinamientos, de equipos de protección personal. Salía gente diciendo que las medidas eran un atentado a su libertad. Salía un médico diciendo que la enfermedad no la producía ni un virus, ni una bacteria, ni un hongo, ni nada conocido. Era como si vienese de otro planeta. Los virólogos estaban perplejos.
Salió a la calle y fue a comprar pan. Pasó por delante de la tienda donde unos días antes había comprado la grabadora. La sensación de que habían pasado años se incrementó al ver que la tienda estaba cerrada, persiana echada. Se acercó a su lugar de trabajo. También estaba cerrado. Al volver a casa se dió cuenta de que el ambiente era extraño. Había poca gente por la calle, y la que había iba cabizbaja, con paso rápido y sin mirar a nadie.
Buscó la muñeca. No la encontró. Al ver manchas de ceniza en su mesilla recordó vagamente que había desaparecido hacía días, quizá quemada en otro mundo. Se dijo que era una pena, que era lo más increíble que le había pasado en toda su vida y no le quedaba ni una sola prueba. Luego recordó las fotos en su móvil y se sintió mejor. Decidió que tenía que anunciarlo al mundo, y se sentó a escribir toda la historia en un blog que creó para la ocasión. Añadió las fotos.
Luego, se fue al parque a dar una vuelta, volvió a casa y puso de nuevo la televisión. El presentador del telediario no era el mismo que a mediodía. La situación parecía estar empeorando. Estaban cerrando escuelas y los hospitales estaban a rebosar. Nadie sabía cuantos muertos había ya. Se fue a dormir. No soñó nada que recordase al despertar.
Al día siguiente se visitó y fue a trabajar, pero el edificio seguía cerrado. Intentó llamar a su jefe pero no le contestó al teléfono. Se encogió de hombros, fue a hacer la compra, y luego volvió a casa. Miró el blog que había escrito el día anterior, vió que sólo había tenido una visita, lo releyó, se dijo que parecía una chifladura, y lo puso en modo privado. El resto del día, se dedicó a limpiar su casa, recoger un poco, y luego volver al trastero de su abuela a terminar el inventario. No encontró nada más que le llamase la atención. Mandó un correo electrónico a todos sus primos con la lista completa de cosas que había encontrado. Nadie respondió.
Pasó otro día, y la llamó su jefe. A ver si ya estaba mejor y podía reincorporarse al trabajo. Le dijo que iba para allí. Por la calle volvía a haber más animación. Todo el mundo parecía conocer a alguien que había muerto, pero el mundo seguía pareciendo igual de lleno que siempre.
Poco a poco, fue olvidando todo de aquellos días. Un par de años más tarde, fue al cine a ver una película. Eligió al azar, una llamada "La muñeca de trapo". Afirmaba estar basada en hechos reales, y hablaba de un muñeco que viajaba entre dimensiones, llevando maravillas y horrores allá donde iba. Salió con una sonrisa de diversión. Qué locuras más absurdas inventaba la gente.