En una ciudad, cada día, nos cruzamos con cientos o miles de personas. A la mayoría de ellas no les prestamos ninguna atención, pero a algunas, por uno u otro motivo, miramos más. Vemos lo que hay. Quizás nos fijemos en su ropa, en su peinado o su maquillaje; quizá nos fijemos en su expresión, en lo que su rostro refleja de su estado de ánimo. Lo que no vemos, lo que no se puede ver, es lo que piensa esa persona, lo que recuerda, lo que le preocupa y con lo que sueña.

He dicho "no vemos", pero debería haber dicho "no veis". Yo sí lo veo. Son como imágenes que revolotean a su alrededor. Las he visto siempre, de hecho no sabía que la mayor parte de la gente no puede verlas hasta que en la adolescencia hablando con unas amigas me di cuenta de que nadie sabía de lo que hablaba. Creo debí decírselo a mi madre antes de lo que recuerdo, porque fue ella la que me enseñó que es algo de lo que no se habla en público. Pensaba que eran meros modales, como otras cosas de las que tampoco se habla. Pero no.

Une podría pensar que esta capacidad debe ser agotadora, una barbaridad de estímulos visuales por todas partes, pero al fin y al cabo es sólo una gota más en un océano de estímulos en los que todos estamos ya sumergidos. Nos acostumbramos a ello, lo llamamos vivir, y no pensamos más en ello.

De hecho, le saco bastante partido. Al fin y al cabo, si tengo cuidado y presto atención, puedo ver cómo reacciona cualquier interlocutor a lo que le digo, y por tanto puedo ir ajustando el qué y el cómo para lograr mi propósito. He aprendido el arte de la manipulación de un modo que nadie puede alcanzar. Lo he usado para obtener todo lo que tengo, que no es poco. He evitado atracos y suicidios antes de que ocurran. Conseguir un polvo de una noche es trabajo fácil para mi. Tengo el mejor superpoder imaginable.

El otro día me pasó algo muy extraño. Me dí cuenta de que un tipo me estaba vigilando. Lo ví porque me ví en sus preocupaciones. La cuestión es que en ese mismo momento, ese hombre miró por encima de mi cabeza, se sobresaltó, mostró convicción, pensó en decírselo a su grupo — ¿qué grupo? — y se largó. No había nada encima de mi cabeza, ni detrás de mi. Había mirado al mismo lugar donde yo miro cuando leo a una persona. Creo que me encontré, por primera vez en mi vida, con alguien que tenía la misma capacidad que yo.

En ese momento, me emocioné, me dije que había otras personas como yo, que no estaba sole en el mundo.

Pero desde entonces, creo que me vigilan. Me persiguen. Veo gente con malos designios hacia mi diariamente. Aún estoy bien, pero no sé lo que duraré.

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