Cada día, al ir a trabajar, pasaba por delante de al menos seis librerías. Cada vez, se decía que a la vuelta pararía y echaría un ojo, quizá compraría algo.

Cada día, al volver de trabajar, pasaba por delante de cada una de las cinco librerías, diciéndose que hoy no tenía energías, pero mañana seguro que sí.

Cada semana, al recordar que no tenía libros nuevos, se fustigaba mentalmente porque una vez más, no había entrado en ninguna de las cuatro librerías que le pillaban de paso.

Cada mes se decía que tenía que retomar la lectura, que no podía seguir así, que antes le encantaban los libros, que qué había pasado. Si tanto le llamaban la atención las tres librerías que conocía, ¿por qué no entraba?

Y al final, el día que por fin reunió fuerzas y ganas para entrar en una de las dos librerías que quedaban, sintió vergüenza de salir sin comprar nada.

Y la única librería de su barrio acabó cerrando.

Mañana me saco el carné de la biblioteca, pensó.