Desayuno mi pan con aceite y mi té de roca con miel como de costumbre. Mi madre dice que la comida es una forma de conservar nuestra cultura en este nuevo mundo. Hoy el día ha empezado bien, pero en cierto momento mis padres han empezado a discutir, a su manera, sin levantar realmente la voz, sin gritarse, sin decir mucho, pero el tono se ha ido volviendo tenso, las respuestas más cortas e hirientes. Últimamente pasa cada vez más a menudo. Supongo que las cosas vuelven en el tema económico o algo.

Como todos los días, voy a trabajar a la frutería después del instituto. En el barrio viven bastantes refugiados elfos como nosotros, pero también hay muchos medianos pobres. Los ricos, por supuesto, viven en otras zonas más lujosas. No suele haber muchos problemas, aunque siempre hay comentarios y actitudes de esas que hacen daño. A ver, la mayor parte de medianos del barrio son buena gente, pero es inevitable notar el resentimiento porque hayamos venido tantos. Bueno, yo nací aquí, pero mi altura me marca como foráneo quiera o no quiera. Suelen sorprenderse cuando les respondo en castellano con acento de aquí. Es lo que hay.

Después de cerrar me paso por el templo del barrio. Es un poco difícil adorar la naturaleza en mitad de una ciudad, pero hacemos lo que podemos. El templo es básicamente un parque con una chabola en medio y cuatro árboles escuchimizados. Pero bueno, está bien cuidado. Cuando llego, la ceremonia ya ha empezado. El sacerdote de hoy es nuevo y tiene bastante acento. Habla casi como mis padres. Cuando termina, sale el sacerdote de siempre agradeciéndole sus palabras y nos dice que hoy habrá un pequeño coloquio sobre religión en el mundo moderno para los que queramos quedarnos. Miro el reloj y veo que aún no es tan tarde, decido quedarme un rato por pura curiosidad.

Este nuevo sacerdote tiene mucho brío y muchas ideas. Dice que nuestra religión es nuestro mejor refugio ante el dolor de la vida moderna. Dice que como elfos, estamos desarraigados en este cemento donde nuestras raices no hayan resquicio. Dice que los medianos son muy buena gente, pero nos recuerda que no son nuestra gente y su modo de vida, lleno de jolgorio y festejos y burocracia y tradiciones, no es nuestro modo de vida. Dice que los elfos sacamos nuestra fuerza de la tierra y que no debemos olvidar nuestro viejo rol de protectores, guerreros de la naturaleza. Dice que por eso los elfos de la ciudad estamos tan tristes y desconectados.

Sus palabras resuenan en mi mente mientras intento dormir. Son ideas que nunca se me habían ocurrido, pero de algún modo me resultan obvias, tienen todo el sentido. En el desayuno siguiente, comento algunas de esas cosas, pero mis padres me hacen callar. Dicen que no diga bobadas, que eso es el pasado y tenemos que aprender a vivir en el presente. Dejo pasar el tema.

Por la tarde, vuelvo a ir al templo. No es lo habitual en mi, normalmente no suelo ir más de una vez a la semana, pero hoy siento la necesidad de volver a hablar con el sacerdote. Me doy cuenta de que no estoy sólo: hay bastantes más chicos jovenes de lo habitual. La charla post-ceremonia de hoy es mucho más viva que la de ayer. Se debaten ideas, se habla de soluciones y opciones para mejorar nuestras vidas. Alguien sugiere huertos comunales, una voz recuerda que hay un solar abandonado a pocas calles de distancia. Otras sugerencias son menos constructivas, como manchar de tierra y hojas secas los coches aparcados en nuestras calles o hacer pintadas. A pesar de todo, nadie es desagradable, no hay insultos, todas las ideas son bienvenidas. Me siento arropado, de algún modo, como si hubiese encontrado mi gente. Es una sensación cálida y extraña, nunca antes me había dado cuenta de cuántos somos.

Han pasado tres meses. Muchas de las cosas que hemos ido hablando en las conversaciones del templo se han hecho realidad. Hemos ocupado el solar abandonado y lo hemos empezado a trabajar. Han empezado ya a salir las primeras plantas. No está en nuestro barrio, pero por poco. Los vecinos al principio nos miraron mal, pero cuando vieron lo que estábamos haciendo cambiaron de actitud. Ahora nos sonríen y a veces charlan con nosotros. Algunos, al menos. Otros nos echan la culpa de que los tontoterrenos aparcados en nuestro barrio tiendan a aparecer vandalizados con frases escritas con barro. Es extraño, sé que tienen razón al echarnos la culpa, pero al mismo tiempo me molesta que nos acusen sin pruebas, que asuman que tenemos que haber sido nosotros.

Seis meses más tarde. Hoy ha sido un mal día. Estabamos cuidando el huerto cuando han llegado varios furgones de los cuales se han bajado unos medianos que más parecían enanos de lo musculados que estaban. Nos han dicho que estamos ocupando ilegalmente el solar y que nos tenemos que ir. El tono ha ido subiendo y al final se ha armado una buena pelea. Varios de los nuestros están en el hospital. Yo me he librado por los pelos, me he escondido tras el cobertizo de las herramientas y he salido huyendo en cuanto he podido. Me siento culpable por no haber participado en la defensa del huerto, pero no he podido evitarlo. Tengo la sensación de que me miran por la calle, de que todo el mundo sabe lo que he hecho.

Hemos organizado una manifestación semi-espontánea en defensa del huerto. Se nos ha unido mucha gente, incluso algunos medianos. Estábamos gritando frases y desfilando pacíficamente cuando ha llegado la policía. Nos ha dicho que era una manifestación ilegal y que volviéramos a nuestras casas. Los medianos, los niños, los mayores se han ido yendo. Yo me iba a ir también, pero he recordado mi vergüenza del otro día y al final me he quedado. He gritado algunos insultos a la policía. La cosa se ha puesto tensa, ha habido gas lacrimógeno y porras. Al final he evitado el arresto por los pelos y he vuelto a casa.

Hemos salido en los telediarios. Mis padres me han visto y me han castigado. Dicen que deberíamos estar agradecido porque nos hayan acogido tan bien los medianos y dejar de insistir en montar líos. He decidido que, aunque los quiero y los entiendo, no puedo vivir como ellos. Necesito hacer algo porque las cosas no están bien. Me he escapado de casa y he ido al templo. No he sido el único. Nos hemos encontrado un pequeño grupo de los que estuvimos ayer en la manifestación. Uno ha dicho que conoce un piso vacío donde podemos refugiarnos. Hemos ido todos allí. Está bastante sucio, pero podemos apañarnos.

Al día siguiente, viene el sacerdote a vernos. Trae comida. Nos dice que está orgulloso de nosotros, que somos los protectores del huerto y de todos los que allí han echado sus raices. Que somos la esperanza de todos los elfos de la ciudad. Nos hace sentir algo mejor. Después de hablarlo entre nosotros, decidimos ir a cuidar el huerto. Tengo la sensación de que nos señalan por las calles, de que la gente nos tiene miedo. Nadie nos dice nada. Cuando llegamos al huerto, vemos que ha sido destruído. Han arrancado nuestras plantas, han tirado abajo el chamizo de las herramientas. Estamos aún anonadados con la situación cuando llegan unas furgonetas que ya conocemos y aparcan delante del huerto. Alguien da la alarma y nos armamos todos con lo que pillamos: un palo, una azada, una piedra.

Ha sido una batalla muy dura, pero estaban mejor preparados y eran más que nosotros. Estoy en el hospital, no sé lo que ha sido de los demás. Tengo una pierna rota y una contusión cerebral. Encima, hay un policía en la puerta. En cuanto me cure, me llevan arrestado. Dicen que me enfrento a varios años de cárcel.

Lloro, no por el castigo, sino por la derrota.

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