Normalmente vamos por la vida con la vista atenuada, algo desaturada, pero a veces de pronto alguien está en color, destacando, como si un foco le iluminase. La mayoría de estas personas desaparecen de nuestras vidas igual que entraron, unos instantes después. Pero otras permanecen, impactan en nuestras vidas de forma permanente o, al menos, duradera.

Con algunas de esas personas, el impacto es positivo: acaban siendo grandes amistades, amores, o simplemente personas que admiramos. De algún modo, es como si nos enamorásemos de forma no necesariamente sexual.

Con otras, es todo lo contrario: algo falla en la imagen, y se convierten en personas que detestamos, que instintivamente nos repelen. Se podría decir que son nuestros villanos personales.

Algunas, muy pocas, caminan la fina línea entre ambas, sin terminar de decantarse por un lado o por otro. Luna estaba entre éstas últimas.

La conocí en las fiestas de otoño de algún pueblo que no importa. Era una conocida de una amiga de un primo segundo, o algo así. La cuestión es que, si ya me parecía un poco desaturada, la fiesta se volvió definitivamente gris cuando apareció. Superficialmente, era la persona más atractiva que había visto nunca. Pero algo en sus gestos, en su forma de moverse, me resultaba.. no exactamente repelente, pero tampoco atractiva. Hablamos no recuerdo de qué, pero sí que fue interesante, profunda y divertida.

Después de aquel día, la volví a ver muchas veces, siempre de manera aparentemente accidental. Me la encontré en una inauguración del negocio de una amiga, en un bar al que fui a tomar algo un día después de trabajar, una vez andando por la calle, y no sé cuántas veces más por el estilo. Cada vez se repetía un patrón similar: nos saludábamos, teníamos una conversación de las buenas, y me quedaba después con esa sensación que mezclaba atracción y rechazo.

Un día, simplemente, dejé de verla. Me di cuenta meses después, porque como decía, eran siempre encuentros casuales. Inicialmente no le di mucha importancia, pero al final terminé intentando rastrearla. Pregunté a mi primo, a su amiga, a los que estaban con nosotros aquel día en el pueblo, a la gente con la que he estado cuando me la he cruzado... La respuesta siempre ha sido la misma: nadie sabía de quién estaba hablando.

Es como si Luna nunca hubiese existido.

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