Es increíble la cantidad de recursos que gastamos en busca del alma, ese abstracto concepto de una especie de espíritu que gobierna nuestros cuerpos, en cierto modo nuestro hogar, donde reside nuestra conciencia. Y sólo con esa frase ya os vais dando cuenta de la magnitud de la tarea que teníamos por delante. Ni siquiera lográbamos definir lo que buscábamos.

Pero el Consistorio estaba empeñado en que la encontremos. Hicieron colectas por todo el globo para revertir aquellas riquezas en el proyecto. Cosecharon a los mayores científicos de la humanidad. Nos camelaron y amenazaron a partes iguales. Nos encerraron durante años, aislados en nuestra investigación.

Hicimos cien mil experimentos, inventamos mil aparatos, redefinimos todos nuestros parámetros incontables veces. Todo era en vano.

No sé cuántos años pasamos allí. Sólo sé que un día dejó de llegar comida, y poco después se cortó nuestro suministro energético. Nadie respondía a nuestras llamadas. Reventamos las puertas y salimos a un mundo muerto. En nuestra ausencia, cansada de invertir todos sus recursos en un sueño inútil, la humanidad se rebeló. Las guerras que siguieron asolaron el planeta.

Si de nuestra especie queda algo más que nosotros, no lo hemos averiguado. Sólo sabemos que somos los últimos, ya que tras tantos años encerrados, no estamos en condiciones de procrear, y sinceramente no estoy seguro de que nosotros esté por la labor de prolongar este lento final.

Ya han pasado dos años desde que salimos de nuevo al exterior. Hemos logrado hacer una vida tranquila en las ruinas del mundo antiguo. Creo que somos felices. Si existe realmente el alma, creo que la nuestra está en paz. Pero en realidad, no creo que haya tal cosa. Pienso que malgastamos nuestra especie en una carrera hacia ningún lado, buscando algo inencontrable pero que aún así nos destruyó.

Miro a mi alrededor y veo sonrisas. Creo que todo ha salido bien.

Foto por ddzphoto de Pixabay